sábado, 10 de septiembre de 2016

El bosque cura


Ciudad

Llega un momento que la bruma del ruido te llega a tapar hasta la cabeza. 
Llega un momento en el que los ritmos de la ciudad no dejan tiempo de vivir.
Alejan a la gente de su humanidad. Miralos...ahí con sus trajes a pasó rápido por el centro.
Con la cabeza baja cuidando no manchar sus zapatos.
Con lentes oscuros ocultando sus ojos. Tal vez su debilidad. Porque comprobaríamos lo infelices que son con ese modo de vida.
Aunque el centro esté completamente vacío y una de esas personas de ciudad te cruce, no saludará. Ni aunque fueses la única persona que vea en el día. 
No ven. No ven mas allá de la rutina. Una ceguera urbanita. Abandonando su condición de humano para solo ser un eslabón mas de la interminable cadena de la ceguera citadina.
Creo que todos necesitamos de vez en cuando un escape.

Bosque

Agradezco el tener cerca el cerro, el campo, la tierra o el bosque. Me gusta despejarme de eso. De la gente. De la ciudad. Decirle adiós al ruido y hola a los sonidos, al aire limpio. La respiración se relaja. El andar disminuye su velocidad. ¡Eso, eso! Deja atrás ese ritmo acelerado. Aquí nadie te apura. Solo vos, el sonido del lento andar en la tierra. Entre árboles, arbustos y cantos de pájaros que se cruzan formando una pequeña y fortuita sinfonía. Un pequeño viaje que cura días, semanas, meses de ajetreo. Respirá ondo. Eso...exhala ese aire inmundo, inhala esos aromas que purifican tu ser. Aroma a bosque, aroma a tierra. Verdes y marrones que se convergen con los rayos del sol en las copas de los árboles. El bosque sana. El bosque enamora y ama a los que saben valorar sus propiedades. Siglos, tal vez milenios creciendo sabia y pacientemente. Ahora vos podés disfrutarlo, amarlo. Ahí es donde se deja de ser gente y se empieza a ser. Simplemente ser. Ser humano. Perderse del mundo y encontrarse a uno mismo, conectarse con lo mas basto del universo y a la vez con lo mas profundo de nosotros. Allí todos somos iguales. No importa a quien te cruces en el largo sendero, acá todos somos iguales. En todos se ve la felicidad, la sonrisa y la buena vibra que provoca el bosque. Nadie niega el saludo, nadie se apura porque lo que menos se quiere en ese momento es dejar de sentir esa conexión con uno mismo y desconexión con el mundo externo, el mundo agitado. 
Aquí nuestra vista aprende. Aprende a mirar de otras maneras. Aprende a ver otras cosas. A prestar atención a otras cosas y dejarse sorprender por la inmensa belleza que se encuentra hasta en la mas mínima criatura o planta. El ojo ve todos los tamaños. Es un pequeño universo en un inmenso suelo.
El oído aprende. Aprende a callarse. A dejar de escuchar. Comienza a disfrutar. Aprende a oír los detalles como si de una pintura se tratase. Hasta el mas pequeño sonido ingresa en nosotros sin permiso y nos enamora con un susurro.
¿Cuánto habrá recorrido aquel viento que hoy mueve esas hojas? Cuánto habrá esperado llegar a acariciar los árboles, difundiendo su suave aroma a todo el verde y marrón.

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